viernes, 12 de junio de 2009

El paradigma (2ª PARTE)

Ese gran personaje mítico que fue Marchena Picuito, íntimo amigo de Carlos “el Funcionario”, inolvidable protagonista de tantísimo evento histórico de su club, siempre enfundado en su camiseta amarilla, enarbolando la bandera de su equipo y corriendo con su gorrita bicolor por la banda de tribuna, al que en buena medida apoyó casi desde que iban juntos al parvulario, experimentó en su vida de científico la dureza del cambio de paradigma.

No podemos tampoco olvidar que tanto Marchena como Carlos eran parientes cercanos de Maria “la de la yerbabuena”, quien hiciera famoso el poema de “ole, ole y ole; y el que no diga ole que se le seque la yerbabuena”, precursora a su vez de esa pléyade de poetas y sublime rimadores que, cada año se dan cita en el gallinero del Falla y en el teatro Florida de Algeciras.

Si quieren estar al día de estas manifestaciones literarias, les aconsejo que compren mi libro “Octosilaba carmina asonantae rimae atque carnavalorum stultitiae” (Manual de perlas armonizadas del buen rimador carnavalero)

Comentaba antes, para no perder el hilo, que Marchena experimentó en su vida de científico la dureza del cambio de paradigma, y mantenía con firmeza la hipótesis de que, si a Newton, en vez de una manzana, le hubiera caído un paradigma con toda su estructura molecular encima de la cabeza, y con lo que eso duele, el cambio hubiera sido trascendental.

Axiomáticamente la mecánica newtoniana a la relatividad hubiera experimentado una mutación significativa. En síntesis, nunca hubiera existido esa teoría. Porque a Newton, después de aquella chocante experiencia, jamás se le hubiera ocurrido echarse una siestesilla debajo de un árbol.

Quiero hacer un inciso para advertir que lo de la tan cacareada teoría de la relatividad, que, después, a principios de siglo, el ilustre sindicalista francés Cordonbleu à la Meunière asoció con la ley de la gravedad, no era más que un bulo, un montaje y un cuento chino. Pero dejemos esto aparcado a un lado y más adelante lo retomaré para demostrarlo.

Un caso íntimamente relacionado con el paradigmatazo de Newton es el de Pyotr Ilyich Tchaikovsky. Estimo que no es necesario recordar que el verdadero nombre de este genial panadero y compositor ruso no era Tchaikovsky. Todos, sin duda, recordarán que se llamaba Pyotr Ilyich Pakhin, por su desmesurada y pecaminosa afición fálica-deslizo-atusante.

Hasta aquí todo claro, no? Pues bien, ahora voy a tratar de explicarme a ver si logro que vds. entiendan el por qué de la permuta del nombre y su reciprocidad con el extravagante caso de Newton.

Otro inciso. Habrán observado que me estoy expresando en un lenguaje más coloquial, más al alcance de mentes menos privilegiadas y cultas.
Es que he recibido bastantes quejas en ese sentido: , , Yo que sé!, Un lío!

Entiendo que exista todavía un amplio sector que siga sin entenderme. Pero señores, es que me estáis exigiendo que me estáis cansando! A ver si se enteran vds. que yo tengo un estilo muy culto y refinado. Que no me podéis reclamar que escriba como si estuviera escarbando mis huesos molares con un palillo de madera o hurgando el pabellón auditivo con esa larga protuberancia ungulada que muchos llevan en su dedo meñique, leche! Y a ver si se sumergen vds. en la profundidad del pensamiento que les quiero transmitir, porque estoy pretendiendo abrir una ventana cultural y no hacen más que apedrearme los cristales.

Estábamos en lo del nombre del compositor. La palabra Tchaikovsky se forma de la asociación, o “nexo de unión”, (enorme palabro), entre dos interjecciones azerbaiyanas yustapuestas: “tchay!” y “kovsky!” de las que de momento no se puede extraer una traducción fiable y fidedigna.

Algunos filólogos cirílicos, los más pijoteros, las definen como “Ostris! - Pedrín!”. Otros, más vanguardistas, osados y resueltos se atreven a interpretarlas como “cago-en-la-leche-puta!”, [con perdón]. Y más recientemente los insignes maestros en ingeniería lingüística de la universidad de Massachussets, Black and Decker, junto con los prestigiosos jugadores de chapolín Rimsky y Korsakov, en contraposición a lo sostenido por el distinguido prestidigitador alicantino Faber-Castell, defienden, sin el más mínimo rubor, ni atisbo de sonrojo, que la traducción exacta es “la-mare-que-lo-parió!”

Hablando de los hermanos Korsakov me gustaría hacer una breve pausa para analizar sutilmente lo que, entre los emborronadores de papel pautado, se ha venido en llamar “música descriptiva”. Sublime expresión!; “música descriptiva!”

Entre las más renombradas están: “El Moldava” ( *I* - *II* ) del checo Bedrich Smetana, que narra el discurrir del rio Moldau a su paso por Praga; “Una Noche en el Monte Pelado” de Modest Moussorsky, o “Cuadros de una Exposición” ( *I* - *II* - *III* - *IV* ) del mismo autor y tan magistralmente orquestado por Joseph Maurice Ravel; el mismo “Capricho Español” de los hermanos soviéticos citados anteriormente; o para concluir el “Vals Triste” de Juan Sibelius que recrea el sueño de un hijo que ve cómo su anciana madre, mientras suena la música, se levanta a abrir la puerta de su casa para dejar entrar y bailar con la muerte. Música descriptiva? Y por qué? O es que pretenden que yo vea con mis ojos lo que entra por mis oídos. Vamos, hombre!

Prosigamos con la exposición: Y es que Tchaikovsky, o mejor dicho, Pakhin, hizo popular esta expresión, que más adelante se convertiría en su apodo, por lo que os voy a narrar a continuación:
Dicen, cuentan, comentan y hasta glosan que cuando el músico estaba componiendo su cuarto concierto para piano y orquesta, el extinto concierto en Fa# menor, opus 82, tuvo el siguiente percance:

Bueno, perdón. La historia no es así realmente. El concierto ya estaba compuesto. Ya lo había terminado, e incluso estrenado; por cierto con gran éxito de público y crítica taurina.
Primero lo había escrito en ruso, como es de suponer. Lo que pasa es que, como era tan elegante, selecto y exquisito, se dijo a sí mismo: “Después del triunfo obtenido, voy a traducirlo al francés para que sea mejor considerado y pueda ser interpretado en el resto de Europa, gozando todos de esta sublime maravilla”. Y, así, se puso manos a la obra.

Transcribió el Allegro quasi presto del primer movimiento, sin apenas dificultades, salvo algunas rencillas surgidas entre un calderón y un tresillo, debido a un enfrentamiento, por unos celos mal interpretados con la Marsellesa que casualmente pasaba por allí.

Al primer movimiento le siguió el andante maestoso del segundo movimiento, esta vez sin ningún tipo de incidentes. Pero héteme aquí, que la cosa se complicó en el último y tercer movimiento: Concretamente en el “finale presta assai”

Resulta que, intentando corregir un error en un cromatismo diatónico del compás 123, se le cayó la goma de borrar al suelo, con tan mala fortuna que, al intentar recuperarla, se agachó y le propinó un codazo al atril donde estaban las partituras, haciéndolo tambalear.

Como consecuencia de esto, se desplomó el armazón de la clave, cayendo en picado, y precipitándose sobre la cabeza del músico, la clave de DO en 4ª, la más pesada y la que se usa para las violas, varios silencios maliciosos de corcheas y tres docenas de compases con arpegios ascendentes y descendentes de fusas, que estaban siendo usados para atacar el “finale presto con brío”.

¿Qué había pasado, pues? ¿Por qué ese colapso pentagrámico repentino? Permítanme que se lo explique:
El primer error de Pyotr Ilyich, o gili-pyotr, fue iniciar la trascripción de la obra del ruso al francés sin tomar las debidas precauciones.

Porque, en teoría, meterse en un berenjenal de ese calibre, no debería suponer ningún riesgo. Pero había que tomar una serie de cautelas y tener en cuenta determinados elementos que el músico no supo, o no quiso valorar. Porque el músico era músico, muy bueno por cierto, pero no era estratega. Y ahí la cagó.

Hoy, estas manipulaciones transcriptivas no entrañan ningún peligro. Con las nuevas técnicas informáticas, se puede traducir cualquier paquete de pentagramas a cualquier idioma, sin que por ello suponga riesgo alguno.
Miren: En este caso concurrieron varios mecanismos, que en un momento determinado, se hicieron incontrolables, desembocando en esta triste tragedia.

Ya de entrada, ese día, Piotr andaba un poco mosca y venía con un cabreo supino, porque acababa de acudir al colegio electoral de su circunscripción y había tenido un enfrentamiento verbal con el interventor del partido de Ségolène Royal, quien no le había permitido que él mismo depositara el voto en la urna. (Savante, docte et érudite gilipoyuá, que diría el distinguido cronista Alonsanfán Delapatrí)

Pero vamos, éste es un incidente sin la mayor trascendencia y que realmente no deberíamos valorar. Centrémonos pues en el tema:
En primer lugar, la obra, que como vds. recordarán estaba escrita en Fa# menor, con el paso del tiempo, creció y maduró.
Entre su creación, las correcciones oportunas por parte del autor, el tiempo de espera hasta que fue censurada y aprobada por el comité ejecutivo del partido comunista de las tierras vascas y el Soviet Supremo, su impresión en la tipografía, su distribución entre los componentes de la orquesta para que se la aprendieran, los ensayos y el período que su creador se tomó en la traducción al francés, maduró. Sí señor, la obra maduró. Engordó y adquirió peso y volumen. Sin que nadie lo advirtiera pasó de Fa# menor a Sol bemol mayor.

Además, el hecho de estar en francés influyó bastante, porque no se habrán olvidado que los compases arpegiados que se desprendieron eran de “fusas”. En español “fusa” y en ruso “dach”. Pero en francés NO!, no es tan simple; se dice, se pronuncia y se escribe “triple-croche”.
Si traducimos literalmente esta palabra, nos daría “triple corchea” (es decir, 3 corcheas juntas).

Un último inciso para aclarar que estas explicaciones que estoy dando, las estoy haciendo para todos aquellos que saben música y hablan francés, o que saben música y no hablan francés, o hablan francés y no saben música. Pero si tú no te encuentras comprendido en ninguno de estos grupos: Picha!, o chochi!, (para que no se enfade Viviana) más vale que lo dejes y pases a la página 36, porque, aparte de ser un ignorante, no te vas a enterar de nada.
Proseguimos: Así que si sumamos al peso de la obra, la madurez obtenida con los años, su amplitud, su volumen, y para mayor inri, el valor de las fusas que había que multiplicar por tres, el desenlace era inevitable.
En plus il faut souligner (Perdón, sin darme cuenta, me he puesto a escribir en francés. Me van a perdonar, pero es algo congénito que me vino involuntariamente desde que mi madre me amamantaba. Y es que ella, mientras me daba el pecho, leía el discurso del metodo de René Descartes y todo el lío del Puto cojito ese).

Decía que además hay que enfatizar que los franceses tenían la fea costumbre de afilar las puntas de las plicas concienzudamente. Fíjense que afilar en francés se dice “aiguiser” (hacer agudo, -hay que tener mala leche, no?-)

Estimo que no es necesario aclarar que las plicas son esos palitos negros demacrados que están encima de los símbolos de las notas y que, a partir de las corcheas llevan una o varias banderitas onduladas adosadas en su esqueleto.
Unido a todo eso, hay que destacar que, acosado por los empresarios, no había sostenido (#) el tono concienzudamente en el armazón de la clave. sino que lo había prendido con alfileres, y con el agravante de que no sólo no estaba sostenido, sino que, además, se le habían añadido 6 bemoles, como corresponde al tono de sol bemol.

Incuestionablemente no le podía ocurrir otra cosa sino que se le viniera encima todo el entramado armónico del 3º movimiento.
Imagínense esa clave de Do en 4ª desprendida, cayendo a plomo sobre su cabeza; los cientos de fusas arpegiadas despeñándose en picado con sus plicas afiladas hacia abajo, como un ejército de avispas irritadas aguijoneando su espalda, y los maliciosos silencios de corcheas mandándolo a callar.

Fue en ese momento, justo en ese momento, cuando, en un ataque de ira incontrolado, exclamó: “Tchay! - Kovsky!”, que, como ya expliqué al principio, significa: “qué le vamos a hacer, empezaré de nuevo”. Y acto seguido, le dio una patada al atril, rompió las partituras, (las francesas y las rusas) y nos quedamos sin el concierto nº 4 para piano y orquesta en Fa# menor.
Estimo que ya se habrán percatado de que de ahí le viene el nombre o apodo de Tchaykovsky.

Evidentemente también ha quedado clara la íntima relación que existe entre el paradigma de Newton y el concierto de Pyotr.
Por último, y ya concluyo, como decía monseñor Añoveros, y después se tiraba hablando dos horas más, entre “ya concluyo” y “termino con esto”, queda por demostrar la desmitificación de la teoría de la relatividad y su relación asociada a la ley de la gravedad.

Sí señor, todo eso no fue más que una pantomima inventada por Newton para distraer la atención de la Inquisición que, en aquella época lo estaba investigando por unos asuntillos de prevaricación y cohecho denunciados por un muchacho (garçon en francés), cuyo nombre no recuerdo bien, pero creo que era afín a uno de los tres Reyes Magos.
Vamos a ver si me explico: Estaba yo haciendo la mili en el cuartel de instrucción de San Fernando…

A propósito de mili: (el último inciso, por mi madre). Me viene a la memoria que en aquella época, y para sacar unas perrillas, yo le estaba dando clases de música y guitarra a la hija de un coronel americano. Y recuerdo que su padre me invitó a un concierto en la base naval de Rota.
Fuimos en su coche y, cuando llegamos a la sala del concierto, había una cola enorme para entrar. Yo me dije para mis adentros: “Esta cola no me la chupo yo. Voy con el coronel. Seguro que nos colamos.”
Y un cuerno! Media hora esperando. Imagínense la mentalidad de aquella época. Afortunadamente hoy eso no existe. Ya no hay enchufismos ni prerrogativas para nadie. Todos iguales!

Estaba comentando lo del cuartel de San Fernando. Pues bien, en una de las clases teóricas, un sargento nos abrió los ojos. Nos dijo: “Suponed que yo tiro una piedra hacia arriba. Llega un momento en el que deja de ascender y vuelve de nuevo hacia abajo. ¿Sabéis por qué se produce este fenómeno? Muy fácil: por las teorías de Newton y la ley de la gravedad. Pero no os preocupéis, porque si esas teorías y esas leyes no existieran, la piedra caería también, pero impulsada por su propio peso.”

Así que, señores, si la piedra cae por su propio peso, lo de Newton es un cuelo. No? No se pierdan el último capítulo que tratará sobre la casuística de la auto introducción del voto en la urna electoral y los cabreos supinos que algunos se atrapan, de conformidad con lo dispuesto en el punto 3 del artículo ochenta y seis, Sección XIII, Capítulo VI, Título I, de la Ley Orgánica 5/1985, de 19 de junio, del Régimen Electoral General vigente, o como diría el mismísimo José Larralde: “Nunca trates de erigirte en juez de problema ajeno. El rancho tuyo esta lleno de cosas por arreglar”.

Manolo Argumedo.
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