José Antonio Hernández Guerrero
¿Creen ustedes que, como ha afirmado el profesor del
Instituto de Tecnología de Massachusetts, Nicholas Negroponte, Internet puede
ser el remedio mágico que permita al Tercer Mundo dar saltos gigantescos en muy
poco tiempo hacia el desarrollo económico?
nosotros opinamos que, aunque es cierto que todos estos
avances tecnológicos cambiarán nuestra manera de vivir, nuestro concepto del
trabajo, nuestra visión de la salud, nuestra idea de la familia, nuestra
concepción de la patria, nuestro sentido del ocio y casi el mismo propósito de
la existencia, la tecnología por sí sola no será capaz de disminuir las
lacerantes desigualdades ni de eliminar, por lo tanto, las sangrientas
injusticias.
Cuando reflexionamos sobre estos temas, nos vienen a la
memoria las palabras que pronunció Günther Grass en el salón de actos de la
Academia Sueca ante una audiencia de más de 400 personas. Aseguró que no existe
voluntad política para resolver la pobreza y para solucionar el hambre.
Todos podemos comprobar lo poco que ha podido conseguir la
ciencia y su avanzada tecnología para eliminar del mundo el hambre, ese azote
de la Humanidad. Es verdad que se pueden trasplantar corazones y riñones.
Telefoneamos de forma inalámbrica por el mundo entero. Todo aquello de lo que
es capaz el cerebro humano ha sido asombrosamente plasmado. Sólo el hambre
sigue sin resolverse. Incluso aumenta.
A poco que hojeemos los periódicos, podremos comprobar cómo
allí donde el hambre era hereditaria, se transforma en depauperación. Por todo
el mundo se desplazan corrientes de refugiados empujados por el hambre. No
podemos afirmar, sin embargo, que exista una eficaz voluntad política que
acompañe a los conocimientos científicos, ni que esté decidida a poner fin a
esa miseria que prolifera junto a la riqueza. Es cierto que existe el peligro
de que el capitalismo, tras vencer al comunismo, se convierta en un
"dogma" que no se puede contrarrestar.
Ya hace casi quince años que el informe sobre Desarrollo
Humano del Programa de Naciones Unidas en 1999 fijó, precisamente, como eje
central este tema: bajo el expresivo título de "Humanizar la
mundialización", denunció que la globalización no se había configurado en
términos equitativos, sino, más bien, todo lo contrario, que aumenta la
tendencia a la marginación, a la inseguridad y a la desigualdad humanas.
En 1960, la quinta parte de la población mundial que vivía
en los países más ricos era 30 veces más rica que el quinto de la población que
habitaba en los países pobres. A comienzos de los 90 la proporción había
aumentado hasta 60/1. Sin embargo, en el mundo existe hoy más riqueza, más y
mejor tecnología y más conciencia de comunidad mundial que en épocas históricas
anteriores.
¿Cuál es, pues, el problema? El Programa de Naciones Unidas
antes mencionado lo apunta cuando dice que "los adelantos tecnológicos
mundiales ofrecen grandes posibilidades para el desarrollo humano y para
erradicar la pobreza, pero no con las prioridades actuales". Año tras año
dicho Informe pone el dedo en la misma llaga, con distintas palabras: no faltan
recursos, faltan decisiones -colectivas e individuales- en la dirección
adecuada.